Confianza diezmada
Vivimos tiempos donde la impunidad campea y los actos de corrupción suceden a vista y paciencia de la gente. Algunas veces aparece un amago de justicia y se llega hasta las denuncias, pero ahí entran en un limbo del que pocas veces escapan. Es decir, el ambiente propicio para que el engaño se maneje con una inquietante tranquilidad. También, muchos celebran las frases vulgares, pero pretenden que las autoridades sean serias y probas, olvidando que la política es reflejo de su comunidad.
Por tanto, solo la educación puede hacernos ver la diferencia entre aquello que trae bienestar y lo que sirve solo para la vergüenza. Deben aparecer nuevos modelos a imitar, guías para eliminar prácticas deplorables y empezar a caminar hacia una sociedad de progreso en beneficio de sus habitantes, corolario, es decepcionante el tema de los diezmos en la Asamblea. Un secreto a voces, dicen unos, lo de siempre, repiten otros, pero todavía no se resuelve el tema y los señalados por actos que perturban la opinión pública siguen asistiendo a las sesiones con la cara dura por el ejercicio de un estilo de política que los ha enriquecido a costillas del pueblo. Temo que mientras esta sea la única oferta de comportamiento, los bochornosos acontecimientos seguirán repitiéndose.
Y es aquí donde me cuestiono ¿hasta qué punto, nosotros como sociedad, somos culpables en esta corruptela? Fuimos quienes con nuestro voto les dimos el boleto hacia esa curul con la esperanza de que aporten en positivo para que el Ecuador salga de un bache socialista que nos atrasó económica y productivamente, pero algunos de ellos eligieron meterles la mano en los bolsillos a sus propios colaboradores. Entonces, es necesario que se siga el debido proceso y que aquellos que eligieron burlar la confianza de sus mandantes, asaltar a su gente y escabullirse en una ambición demencial, paguen por sus acciones y se les limite su participación en la arena política, donde no han aportado ningún beneficio, excepto a sus cuentas personales.
En consecuencia, estoy convencida de que solo nosotros podemos empezar un cambio. Detengamos el festejo hacia las actitudes vulgares o violentas y empecemos a generar acciones edificantes. Ya fue suficiente la etiqueta de “viveza criolla” para justificar todo tipo de actividades desordenadas que perjudican el desarrollo de nuestro entorno. Apoyemos y estimulemos la preparación intelectual, volvamos a los buenos modales y cordialidad, dejemos de celebrar al “sabido”, basta de intentar esquivar la fila, usar “palanca” para conseguir un puesto o pagar coima para “agilitar” un trámite.
Finalmente, creo que todavía tenemos una historia que contar y confío en que la política puede traernos buenas noticias, recuerdo las palabras de Barack Obama en la Conferencia Anual sobre Nelson Mandela de este año: “A pesar de todas sus imperfecciones, una democracia genuina es el sistema que mejor defiende la idea de que el gobierno está para servir al individuo, y no al revés”. Tengamos siempre presente que está en nuestras manos el dirigirnos hacia la sociedad de oportunidades, igualdad y honestidad que anhelamos, así que empecemos a elegir bien y a trabajar para lograrlo.
(O)